Una hora en el Parque de Bolívar

Luego de recorrer las calles del Centro Histórico y conocer  las inimaginables leyendas de Cartagena de Indias, decido descansar en una banca de el Parque Simón Bolívar, diagonal a la Catedral.

Este parque es emblemático en la ciudad, cuenta con una variada arborización que cubre con un manto verde de sombra todo el lugar, además de venir acompañado con una brisa refrescante. Me siento y saco el libro Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez para poder terminar sus famosas páginas, mientras las alas de varias  aves revolotean sin parar en el corazón de la plaza. De alguna forma, la combinación de la lectura con lo que se vive es una sensación electrizante que transporta a una época colonial.Levanto la cabeza y observo con cautela las artesanías, carros de raspao', vendedores de limonada fresca, pinturas del parque hechas en óleo y la gigante escultura del libertador Simón Bolívar cabalgando en su equino y reposando en la mitad de la plaza, ante la mirada de turistas y locales. En una de las esquinas también está sentado, en un pequeño banquillo, un anciano lustrando los zapatos de todo aquel que este interesado en lucir su calzado brillante.

Cierro mi libro y observo que el parque esta rodeado de museos, iglesias, restaurantes, bibliotecas y boutiques. También percibo que este lugar es una de las arterias principales del Centro Histórico, por el alto tránsito de personas. Además, es el sitio ideal para enamorar a nuestra pareja en una de esas tardes románticas de la ciudad, mientras algún solista de guitarra nos ayuda en la faena de la conquista con su amplio repertorio de boleros de los 60’.Los cocheros también se ven por la zona ofreciendo el servicio para todos aquellos interesados en descubrir la belleza del Corralito de Piedra montado en un fuerte corcel. De la nada, una señora me ofrece unas bolsas de maíz para alimentar las palomas.

A los 40 minutos llega un grupo de danza para emocionar a jóvenes, adultos, extranjeros y curiosos que estén de visita en el sector. Me concentro en los pasos de mapalé, cumbia y champeta para replicarlos en alguna fiesta. El golpe de tambor vibra por todo mi cuerpo y hace que disfrute de principio a fin esta muestra de arte que ofrecen los cartageneros.Cuando la música se apaga el sol se oculta, indicando que se aproxima la noche para gozar de ella a plenitud. Me marcho del parque, pero decido tomarme una foto con una palenquera posando junto a mi como prueba de la excelente experiencia que viví. Ahora sí, regreso al hotel con una paleta de helado para prepararme a vivir una noche inigualable en Cartagena de Indias.