Semanalmente, encontrarás la historia de un representativo personaje del Centro Histórico de Cartagena.
"Yo lo que vendo son muestras de amor".
Los precios de las flores que vende doña Elvira van desde los $2.000 COP hasta los $16.000 COP.
Por Hernán Lenes
Al final de un pasillo estrecho, recubierto de una lámina roja que protege las flores se encuentra doña Elvira. De cabello rizado y con sonrisa bien puesta, saluda a todos los trabajadores que pasan por su puesto.
Tiene 72 años, y la mitad de su vida la ha dedicado a las flores. Ese día, como todos, de los últimos 32 años, se levantó junto a su esposo a las 5 de la mañana en su casa en San Francisco a prepararse para salir a trabajar. Antes de las 6 de la mañana, un conductor, que ya es como amigo de la familia, les hace el recorrido y los lleva a ambos: a ella y a su esposo, al
Centro Histórico de Cartagena. Justo en el Parque de las flores, donde tiene su negocio.
Doña Elvira vende flores antes de que el Parque que hoy está ubicado en la Avenida Venezuela, a pocos pasos de la torre del reloj, existiera; lo hacía en lo que era el Teatro Cartagena,
“donde ahora están haciendo un hotel cinco estrellas, ¡ahí!”, aclara. Estuvo tres años en ese puesto antes del traslado.
Llega a su negocio, y mientras abre y arregla todas las flores, les cambia el agua y les aplica algo de cloro
“para que no tengan ningún olor” se le hacen las 8 de la mañana. Tiempo que aprovecha para saludar a todos los otros vendedores, con quienes comparte el día como vecinos y amigos. Cuando me recibió, eran las 2 de la tarde, justo después de almuerzo. Sentada en una silla plástica debajo del árbol de almendra que cobija la plaza, no dudó dos segundos en levantarse y preguntarme cómo me ayudaba.
Vestía una blusa blanca que combinaba su pañuelo, y para el trajín del día, harems y las chancletas más cómodas que tiene.
Doña Elvira ya es una institución de las flores en el parque. Se sienta y la reciben con dos jugos de naranjas para bajar la temperatura de la hora. Después de un par de sorbos, recuerda que antes de llegar ahí donde está sentada, estuvo junto a otro grupo de vendedoras en el Teatro Cartagena, y después, cuando por fin les asignaron los módulos, tuvo que esperar dos años más en el Parque Centenario.
“Antes esto era un tugurio, hecho con plásticos y otras cosas. Luego, en una administración (Alcaldía Distrital)
hace 18 años, nos hicieron los módulos estos, y aquí estoy”.
Elvira May en su puesto en el Parque de Las Flores en la Avenida Venezuela
“
Desde niña siempre me gustaba jugar a las tiendas. Tener mi negocio”, cuenta doña Elvira. Empezó vendiendo flores los fines de semana, y las compraba a proveedores locales. Vendía Pompones, Margaritas, Rosas y Camelias. Compraba como vendía, de a poquitos. Y de ahí, hasta que decidió dedicar su vida a las flores, siempre tiene esas especies en su local.
“
El puesto mío fue cogiendo fama, por los trabajos y los colores de las flores. Si una persona me pedía flores azules, las encontraba azules; y si me decía a una hora, a esa hora estaban sus arreglos”. Esto la llevó a hacer sus pedidos a los cultivos de Bogotá y Medellín, por rentabilidad para ella; y fue así como poco a poco se convirtió en un negocio familiar, donde participan sus hijas y hasta sus yernos.
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Después de más de tres décadas respirando flores, las disfruta como el primer día. En su casa, hay un jarrón que siempre tiene flores, algunas que les da su esposo y otras que les dan sus hijos,
“las agarran de aquí y me las regalan o me las llevan, pero siempre hay flores”, cuenta. Y aunque sus favoritas son las rosas,
“porque simbolizan el amor, y el amor es Dios”, acepta cualquier flor que le den. Lo que sí no acepta, es que digan que huelen a cementerio, y a cualquiera que escuche decirlo lo detiene y le explica:
“puedes decir que el Parque parece un cementerio, por lo lindo y lleno de flores, pero no que huele, ¿tú sabes lo feo que huele una tumba?…”, insiste.
Al regresar de atender a un señor de unos 60 años, aproximadamente, se sienta y me dice:
“al principio me entristecía cuando estaba haciendo una corona para un difunto, y me alegraba si estaba haciendo un arreglo para una persona que cumple, pero ya uno se va haciendo al ambiente. Yo lo que vendo son muestras de amor, para vivos y para no vivos.” Con esa frase en mente todo se hizo más nublado, y las rosas rojas que tenía en frente, y que dan la bienvenida al local de doña Elvira, se hicieron más grandes.
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Nos levantábamos de nuestros asientos, cuando la hija de doña Elvira, que está a dos puestos en un local que también es de la familia, llegó a cambiar un billete.
A las 6 de la tarde acaba su día en el Parque, y junto a su esposo se regresan a su casa. El puesto ahora es responsabilidad de su hija, una de las dos que tiene y quien ayuda hace unos años a cerrar y recoger las
muestras de amor que vende su mamá en ese emblemático e histórico rincón de Cartagena de Indias.
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