Son las cuatro de la tarde y me preparando para salir a trotar y de paso, contemplar los hermosos paisajes, monumentos, calles y barrios de Cartagena de Indias. El desespero se apodera de mi cuerpo por el insaciable deseo de correr, pero estoy a la espera que la inclemente temperatura baje. Audífonos, celular, y ropa cómoda son indispensables para disfrutar de la carrera. Amarro las agujetas de mis zapatos y decido empezar a ejercitarme.
Inicio desde el monumental Castillo San Felipe de Barajas. Me detengo unos segundos para contemplar la estatua del almirante Blas de Lezo que reposa custodiando este fuerte. Siento que su espada apunta hacia mi pecho como si fuera un soldado predestinado a cumplir una labor importante. La música entra por los canales auditivos y disfruto del viaje que seguro traerá consigo numerosos paisajes.
Tan solo cinco minutos pasaron y llego a la calle la Media Luna en el tradicional barrio de Getsemaní. Este colorido lugar aumenta mis ansias por seguir corriendo sin parar. Con sorpresa veo la parte comercial de este sector, negocios como hostales, bares y establecimientos de comida se encuentran en este transcurrido sitio a la espera de cientos de visitantes.
Justo después arribo al Parque Centenario. Arboles, animales silvestres, gente recostada en el pasto disfrutando este momento del día embelleciendo el recorrido. En uno de los costados están los famosos libreros aguardando que un afortunado lleve entre sus brazos las páginas que acompañarán por algún tiempo sus noches.
En todo el frente del parque veo el Muelle de Los Pegasos. El sol cae rápidamente y la bahía de las Ánimas es un espejo radiante gracias a los rayos ultravioletas. Mi cuerpo necesita hidratación y para mi fortuna, los vendedores ambulantes de la zona logran saciar la sed que invade mi cuerpo. Mientras disfruto del agua, veo varias embarcaciones atracadas en el malecón y observo con cautela la imponente estructura de la Torre del Reloj.
Un bus de Transcaribe pasa a toda velocidad y acelero mi paso para animar y concentrar mi mente, lo cual es fácil con la belleza de las murallas protegiendo el Centro Histórico de la ciudad. Ese largo cordón amurallado rocoso parece infinito a pesar de mi trote, sigo mirando constantemente a un lado y la estructura parece no tener fin.
A los 20 minutos llego a una de las playas de Bocagrande y de inmediato me detengo. Me quito los zapatos para dejar descansar los pies entre la arena y disfrutar con el sonido de las olas el hermoso atardecer. La oscuridad se empieza a notar así que decido buscar un medio de transporte que me lleve a mi destino, no sin antes tomar una fotografía y compartir en mis redes sociales lo grandioso y saludable que es trotar en Cartagena de Indias.