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Street Food en el Centro Histórico de Cartagena de Indias

Tania Flórez Deschamps

Una de las grandes fascinaciones de Centro Histórico es la comida ambulante. Esa que encontramos en cada esquina, que nos envuelven con sus colores vibrantes y con su rico aroma, que pasea la brisa por toda la ciudad y atrapa, especialmente a los hambrientos.

Y es que en un lugar lleno sabores, texturas y olores, es fácil abrumarse. Por eso guiada por mi instinto, decidí trazar un street food, un recorrido por las comidas imperdibles del Centro Histórico, que quizá comemos a diario en medio de la rutina, pero que no se disfrutan por completo. Este street food, asegura una jornada exquisita para aprovechar mucho más a Cartagena.

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Para comenzar, decidí comer una ensalada de frutas, un mix de patilla, banano, melón, piña y leche condensada. Esta deliciosa combinación es hecha por las palanqueras que cargan en sus cabezas las frutas más frescas y que, con gran ingenio, arman atractivos platos, una composición  casi artística. El lugar ideal para conseguir las ensaladas de fruta es la Plaza Santa Teresa, por un valor de 5 mil pesos.

La próxima parada fue un mango biche. Para conseguirlo caminé hacia la Calle San Juan de Dios, continué por la San Pedro Claver y  la del Ladrinal, hasta llegar a la Calle de Carlos Vélez Danies, donde encontré al vendedor de este manjar natural. En una carreta estaban decenas de mangos apilados, unos más verdes que otros. Incluso había un par picado en vasos plásticos, pero yo preferí comer el más verde de todos. Con gran habilidad, el vendedor cortó el que yo elegí. Antes de probarlo, pude sentir el ácido en mi boca mezclado con la sal y la pimienta, como cuando era niña y los compartía con mis hermanos. Pagué por él 3 mil pesos.

Caminé hacia el Parque de Bolívar y al doblar la esquina, en la Plaza de la Proclamación encontré otro antojo cartagenero: el raspa'o, un refresco granizado de diversos sabores y que, como la ensalada de fruta, también se acompaña de leche condensada. La maquina rústica que tritura el hielo y sostiene los enormes tarros de las esencias, es la misma en la que compraban raspa'o mis tíos y mis padres. Me acerqué y pedí uno de kola, con leche condensada, por supuesto. Al primer bocado sentí el hielo congelándome los dientes, entonces preferí sorber por el pitillo, la rica mezcla. El raspa'o me costó 2 mil pesos.

Luego de disfrutar el raspa'o de kola,  sentada en el Parque de Bolívar, el calor me provocó sed. Entonces, pensé que era el momento para la primera bebida del street food. Hubiera podido ser un agua de coco, fría, en la Calle del Arzobispado, por 3 mil pesos. Pero elegí un jugo de tamarindo en la Calle de Ayos. La refrescante bebida que tiene el balance perfecto entre la acidez y el dulce. Su precio fue de 8 mil pesos.

Estimulada por la bebida anterior, mi siguiente antojo fue un helado. Pero no cualquier helado, debía ser uno artesanal de las frutas típicas de la región. Caminé por la Calle del Estanco del Tabaco hasta llegar a la Calle de la Estrella, donde por fin encontré lo que buscaba. Personalicé mi copa con helados de coco, corozo y cereza costeña. Las frutas de la región hechas cremas, me parecieron un deleite. Por esa copa pagué 9 mil pesos.

Con ganas de comer la única fruta que le faltaba a mi recorrido, seguí por la Calle de la Soledad, hasta llegar a Calle de la Universidad, donde encontré una carreta azul atiborrada de ciruelas verdes y maduras. Sin vacilar, compré treinta en mil pesos. Saboreé un par de ciruelas hasta desnudar su semilla.

Deseosa de algo más fuerte, me percaté de que no había en mi street food comida de mar. Enseguida pensé en el cóctel de camarón, hecho con especies marina y demás ingredientes propios de la Costa.  Así, crucé la Calle del Porvenir, la de Vicente García y la del Tablón, hasta llegar a la avenida Venezuela. Llegué a la Matuna. Ahí está el  lugar tradicional de ventas de cócteles en la ciudad. Pedí uno de 9 mil pesos y me lo sirvieron acompañado de un par de galletas de soda. Devoré este suculento cóctel en un par de minutos.

 

Con el estomago lleno, resolví que había llegado el final del street food. Había cumplido la meta de saborear detenidamente gran parte de los snacks típicos de Cartagena. Me fui con la certeza de que al volver al Centro Histórico, haré varias de las paradas, trazadas en este street food. 

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