Lo invitamos a emprender un recorrido por los destinos de Bolívar. Ya sean del sur o del norte, desde Pinillos, Achí, San Jacinto del Cauca, Santa Rosa del Sur, Morales, Simití, hasta Arjona, Galerazamba o San Estanislao de Kostka ... nuestro hermoso departamento se constituye en el lugar ideal para cualquier lugar viajero deseoso de descubrir sus emociones, costumbres, tradiciones y reservas naturales.
RUBEN DARÍO ÁLVAREZ
A medida que el carro va descendiendo desde Santa Rosa del Sur, el clima denso también se va adelgazando hasta que, por fin, se vuelve sofocante como en cualquier pueblo ribereño o cienaguero.
Un pueblo de ese tipo es Simití. Sus calles son anchas, encementadas y circuladas por enormes viviendas que tienen láminas de hierro haciendo las veces de techo.
Se trata de un pueblo similarmente pescador, dato que puede confirmar observando las atarrayas secándose al sol en las paredillas de los patios, o en el olor omnipresente de la taruya, o en los manchones de pájaros acechando en las orillas, o en las ventas de pescado, que es el alimento cotidiano del municipio.
Hablando de estampas coleccionables, la primera que podría atraparse sería la vista de Simití desde el ascenso de la serranía de San Lucas. Desde allá, es solo un montículo de casitas y calles como trazadas con un estilógrafo y rodeadas de un universo de agua por donde se deslizan miniaturas de canoas en busca de la bruma que se deshace en el infinito de un marco forrado en verde.
Dicen que Simití es uno de los pueblos más antiguos del sur de Bolívar. Y no solo eso: también posee el linaje de los pocos asentamientos caribeños que pueden mostrar las huellas del paso de la corona española por estas tierras.
Pero, como cosa curiosa, sus gestores culturales y sus habitantes más comunes, suelen mostrar como su más grande atractivo la Ciénaga de Simití, cuyas dimensiones ostentan 10 kilómetros de largo por cuatro de ancho y un túnel de diversidad ecológica para comunicarse con el río Magdalena.
Marcelo Hernández López, tal vez el más fogoso de los trabajadores culturales de Simití, podría ser quien más defiende la idea de que Simití debería venderse turísticamente a nivel nacional teniendo como imagen identitaria a la ya no tan virginal ciénaga en comento.
Pero Hernández López resalta, en primer lugar, un paseo por los contornos de ese cuerpo de agua, donde tres islas ofrecen una visión fastuosa, adornada por aves de todos los colores y tamaños, lo mismo que las especies acuáticas que van acompañando a las embarcaciones.
Esas islas, llenas de vegetación en profundo verde, aún están sin explotar. Hernández cree que en ellas se podrían crear especies de paraderos, en donde los paseantes se detengan por algunos minutos a consumir alimentos y bebidas y luego proseguir su camino en medio de bandadas de patos cucharos, yuyos, patos cuervos, garzas morenas, garzas blancas, caimanes, manatíes, nutrias y demás pájaros silvestres.
Una ciénaga rodeada de gente
La otra riqueza son los peces, que constituyen el principal y más antiguo activo económico de la comunidad. Las madrugadas de los pescadores son abundantes en la recolección del bocachico, la pacora, la mojarra común, la mojarra lora, la mojarra amarilla, el barbudo, el coroncoro, la mojarra mula, la picúa y la dorada, entre otras especies de menor cuantía.
Se infiere que Simití, rodeado de naturaleza virgen, aún posee zonas muy poco conocidas en donde cualquier aventurero y amante de lo primigenio podría explorar y disfrutar sin restricciones.
De hecho, algunos líderes comunales de la localidad teorizan que el territorio es un magnífico reservorio para el ecoturismo, tan en boga en estos últimos años cuando tanto se habla del rescate de lo natural y de la preservación del medio ambiente.
Los exploradores podrían buscar la Cueva de Juana Rubio, con más de 400 metros de profundidad que componen en belleza con el Salto la Fría, una cascada de agua con más de 300 metros de altura.
En Simití el invierno no solo trae las lluvias. También la temporada alta de la pesca y la copiosa venta de cabinas de icopor, con los cuales los viajeros encargan arrobas de peces con hielo, un envoltorio que se conserva viajando hasta tres días sin descomponerse.