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El privilegio de la Zona Norte de Cartagena

MILENA CONRADO BARRIOS

Visitar una ciudad como Cartagena de Indias es todo un privilegio y más si se tiene la “fortuna” de recorrer palmo a palmo la Zona Norte de la ciudad.

Esta zona se consolidó como el nuevo polo de desarrollo de la ciudad y de alta valorización. En ella están ubicados La Boquilla, Manzanillo del Mar y Punta Canoa. Las playas de este sector son hermosas y las puestas del sol, alucinantes.

Antes de entrar a detallar sus bondades, debo explicar que si se quiere escapar del bullicio y el acoso de vendedores ambulantes, la Zona Norte (que comunica con Barranquilla) es perfecta. Y si de tranquilidad y seguridad se trata, es uno de los mejores sitios para vivir.

Hospedarse en un hotel cinco estrellas, rentar un apartamento en una moderna torre de edificios, relajarse en la playa, sumergirse en el mar, tomar el sol a la orilla de una piscina, practicar deportes náuticos, jugar paintball o golf, volar en parapente, practicar deportes náuticos, pasear en buggies, hablar con la gente de los municipios y corregimientos allí apostados, conocer sus culturas y sus costumbres, degustar un delicioso pescado frito con patacón de plátano verde o pedir un menú a la carta en un prestigioso restaurante, realizar un tour panorámico para los nuevos proyectos habitacionales… y hasta sumergirse en un volcán de lodo a manera de terapia, son apenas algunas de las interesantes y múltiples actividades que se pueden hacer en esta zona importante de Cartagena.

La Zona Norte también nos invita a recorrer en canoa sus ciénagas, en medio de una encantadora naturaleza, variedad de aves, peces y tres especies de manglares.

Sector Cielo Mar

A diez minutos del Centro Histórico y a menos de cinco minutos del Aeropuerto Internacional Rafael Núñez, divisé el sector conocido como Cielo Mar, el primero de mi recorrido. Como punto de referencia está el restaurante Blas El Teso, el afamado Hotel Holiday In y el Hotel Las Américas Beach Resort.

Tranquilo, muy poco concurrido,  ideal para los amantes del aire puro y los deportes náuticos, así luce este sector, uno de los de mayor valorización y que se distingue en la actualidad por sus imponentes edificios modernos –casi todos de color blanco- con paisajismo ensoñador. 

Al llegar a Cielo Mar,  dos nativos ofrecieron sus servicios de carpas, bebida y almuerzos típicos. Seguí la ruta indicada y opté por la primera carpa, junto a los espolones. Luego de fijar con ellos los precios no volví a verlos hasta que decidí levantarme de donde permanecí dos horas concentrada leyendo un libro. Que delicia resulta leer a la orilla de la playa sin que nadie interrumpa, a excepción del ruido de los aviones que despegan del aeropuerto. Una larga caminata por toda la hilera de la playa me llevó justo donde inicié, al Resort de Las Américas. A mi paso noté a unos jóvenes practicando kitesurf.

Embelesada con el paisaje del mar Caribe opté, por 3 mil pesos, para comprarle un coco a un señor bastante mayor, que empujaba una carretilla cargada de ellos. A los pocos segundos recibí el pedido y así disfruté de la rica agua de coco que bebí de un sorbo, era justo lo que mi cuerpo sediento necesita. 

Luego de las 10 de la mañana seguí caminando y oh... qué sorpresa! esta extensa playa o sector de la ciudad “sí que tiene vida y movimiento”. Continué mi trayecto y observé varias personas trotando, otras ejercitándose, otras tomando el sol, niños jugando, algunos leyendo, y muchas personas dentro del mar. 

Esta zona de verdad que es muy atractiva, en especial para los amantes de los deportes náuticos a quienes  también observé practicar surf y windsurf.

Permanecer ahí, justo frente al Hotel Las Américas es todo un paraíso tropical. Bohíos de bahareque, asoleadoras, palmeras en todo su esplendor. ¡Qué bien me sientí en este el lugar perfecto para relajarse y disfrutar del espléndido ambiente!.

La Boquilla

Luego de un largo trayecto y atraída por un suculento plato típico llegué a uno de los íconos ecoturísticos del pueblo pescador La Boquilla, el lugar perfecto para deleitar el plato caribeño preparado en un fogón con cuatro piedras en el suelo o en el horno que aquí llaman anafe.

Me acomodé en una especie de enramada (restaurante artesanal) y como era fin de semana estaba atiborrada de visitantes, la mayoría cartageneros. Pese a la insistencia de los vendedores ambulantes, el estruendo de la champeta, reggae, el vallenato (ritmos que ambientan y alegren este corregimiento) o el más vivo que llega ofreciendo sus servicios de vidente, permanecí dos horas entretenida con la faena de los raizales pescadores que alcancé a divisar en sus canoas artesanales y que llegaron a la orilla poco a poco, con decenas de peces, entre meros y mojarras de poco tamaño, atraídos en sus trasmallos.

Ya tarareando la canción de moda “El Serrucho”, perteneciente al género de la champeta y que escuché por cuarta vez en menos de dos horas, llegó a la mesa la bandeja de patacones de plátano verde, mojarra frita, ensalada verde, arroz con coco y sopa de pescado. La cuenta de este delicioso plato, cuyo ingrediente principal de la sopa es la leche de coco, es la irrisoria cifra de 20 mil pesos.

Tratando conocer un poco más de la cultura de los boquilleros (en su mayoría afrodescendientes) me di a la tarea de hablar con la persona encargada de preparar mi almuerzo y me percaté de lo valioso que es penetrar este mundo y descubrir que además de ser uno de los mayores íconos eco-turísticos de la ciudad, es tierra de deportistas, bailarines, cocineros, pescadores, estudiantes, maestros, carpinteros, artistas, cantantes y cientos de personas orgullosos de sus costumbres y con ganas de salir adelante. La gran referencia del esparcimiento, los fines de semana, de los boquilleros son los salones de baile.

***

La Boquilla es un caserío de pescadores, ubicado a escasos kilómetros del aeropuerto Rafael Núñez, y últimamente vinculado con el sector turístico por la puesta en valor del área a través de sus nuevos hoteles y urbanizaciones, como también por el aprovechamiento de los recursos naturales con fines ecoturísticos en la ciénaga de la Virgen (o la de Tesca), grandes cuerpos de agua comunicados con Cartagena, y la de Juan Polo que comunica con Manzanillo del Mar y Barlovento.

Cómo llegar a La Boquilla?

En carro particular o contratando los servicios de taxi que cobra por horas.

Entre túneles naturales

La Zona Norte también nos invita a recorrer en canoa  las entrañas de la ciénaga de Juan Polo y parte de la Ciénaga de La Virgen. Hay dos opciones para disfrutar de estos planes fascinantes de ecoturismo. Está, la Cueva del Manglar que sale del Centro de Convenciones del Hotel de Las Américas Resort y Ecotours que son en La Boquilla.

El contacto con plena naturaleza comenzó a las cuatro de la tarde en una canoa típica de madera, conducida por un experimentado bogador nativo que me conduce al corazón de la ciénaga. 

La tranquilidad y el brillo de la ciénaga hacían juego con el cantar de los pájaros que, de lejos se escuchaban. Remo a remo recorrí cada uno de los túneles a los que los nativos llaman Felicidad,  Chaco y Amor.

A lado y lado de los túneles, los manglares rojo, blanco y negro, hacen de éstos un hermoso artefacto natural digno de admiración. Entre ellos se asomó una diversidad de animales, como moluscos, crustáceos, insectos, entre otros.

Salí de uno de los túneles y el paisaje más hermoso saltó a mi vista, una ráfaga de aves, hacieron del cielo un bello panorama, frente a mí estaba el parque de las aves, y me maravillé con el vuelo de gansas reales, garzas blancas y grises, gaviotas marinas y picorojo, gallinetas estrías, entre otras aves migratorias que me fascinaron mientras avanzaba nuestro recorrido.

A juicio del nativo, una formidable situación ocurre casi todas las mañanas entre las cinco y media y las seis y media, cuando millares de garzas alzan sus vuelos abandonando los manglares donde anidan, con el propósito de desplazarse hacia sus sitios de actividad cotidiana

Entre las variedades de fauna más comunes que viven en los humedales y que se pueden apreciar fácilmente se cuentan diversidad de aves, moluscos y reptiles. Al inicio de los periodos de invierno pueden divisarse fácilmente cantidades de cangrejos que los boquilleros capturan para beneficiarse de sus muelas.

Este tour fue una experiencia relajante porque me permitió compenetrarme con la naturaleza, respirar aire puro y disfrutar de la tranquilidad de las aguas.

El sol ya escondiéndose en el horizonte me despidió de aquella bella naturaleza que inspira.

Manzanillo del Mar

El plan siguió en Manzanillo del Mar, a casi 10 minutos de La Boquilla. Sin duda alguna es una de las poblaciones con las playas más tranquilas y menos atiborradas de turistas y cartageneros. Me atrevería a decir que es la más desolada. Al igual que en La Boquilla sus habitantes han conformado una hilera de restaurantes artesanales en donde se puede deleitar un rico cóctel de mariscos o un delicioso pescado asado.

Llegué caminado hasta casi al final y descubrí que allí también hay un reconocido hotel que encanta a los turistas.

Por la amplitud de sus playas y por lo poco concurrida es el lugar ideal para  volar en parapente, riesgo que no quise correr pero, me quedé fascinada con las personas que se atreven a vivir esta aventura y quedan maravillados con los paisajes del sector.

Así culminó este día de aventura, pero como la Zona Norte es bastante amplia, decidí volver al hotel donde me hospedo y regresar a la mañana siguiente a retomar mi aventura.

¿Dónde queda manzanillo del Mar?

Pocos kilómetros después de La Boquilla y tomando una variante hacia el costado izquierdo de la vía Cartagena-Barranquilla, tras recorrerla durante cinco minutos se llega a este rincón criollo, lleno de pequeños restaurantes típicos al lado del mar.

Playa Dorada

En esta ocasión me acompañaba de un grupo de amigos del interior del país. Decidimos buscar ese lugar donde relajarnos y descansar. Nos recomendaron visitar Playa de Oro en Manzanillo del Mar, (a escaso tres minutos) y quien nos las recomendó se quedó corto en halagos porque nos pudimos dar cuenta que, aunque en belleza no superan a los grandes destinos turísticos, es de esos lugares donde reina la total tranquilidad.

Como dato curioso nos enteramos que hace mucho tiempo fue la playa nudista predilecta de italianos, mexicanos y de los turistas de interior del país. De lunes a viernes según, aún suele llegar uno que otro visitante a bañarse cerca a la Pesuña del Diablo –sector de Punta de Oro- sin ninguna indumentaria. Versión que no fue corroborada por ninguno de nuestro grupo. 

Hamacas o chinchorros, sillas, mesas, enramadas, playas limpias, naturaleza, el olor a Caribe y música champeta y vallenato marcaron la estadía en éste inolvidable lugar. Y por supuesto un suculento almuerzo costeño: sancocho de pescao, acompañado con patacones de plátano verde, pescao frito, arroz con coco y ensalada. No pudo faltar en la mesa una rica y helada cerveza nacional.

Los domingos y festivos son los días que más visitantes llegan a Punta de Oro a disfrutar de un día de playa, de sol, de brisa, de aguas cálidas, de diversión y por supuesto, de relajación.

Punta Icaco

La curiosidad nos llevó a Punta Icaco. Un sendero destapado, justo a seis minutos de Playa de Oro nos condujo a esta playa. Llama la atención que las cercas o barrotes que dividen el camino están pintados de blanco y finaliza justo en una vereda de humildes casas sin terrazas ni divisiones de patios y con improvisados baños fueras de las casas. En este lugar el olvido del Gobierno es notorio a simple vista.

Poco a poco nos acercamos a la playa y qué sorpresa ver un lindo paisaje y un mar de colores tan bellos de este lado de Cartagena. No es el azul y verde perfecto ni se compara con el mar de la zona insular, pero puedo decir que es increíble. El sector de playas con sus cabañas de paja, está bien organizado. Me atrevo a decir que mucho mejor que La Boquilla y Manzanillo.

En este lugar vimos los hermosos paisajes, hacia La Boquilla, Crespo, La Popa y Bocagrande. Y lo mejor, en Punta Icaco, el tiempo parece estancarse.

Volcán del Totumo

Al Salir de Manzanillo, siguiendo la ruta de la Vía del Mar hay una pequeña desviación que conduce a un oasis desértico. Luego de una extensa carretera, en medio de tierra árida, se levanta un volcán. Pero lejos de ser una montaña de erupciones de lava, el Volcán del Totumo es un spa natural que brinda a sus visitantes la terapia natural menos costosa, con beneficios curativos y estéticos.

El Volcán del Totumo se convirtió hace décadas en un concurrido balneario. Se ubica en el municipio de Santa Catalina, al norte del departamento de Bolívar, a ocho minutos de la Vía del Mar que comunica a Cartagena con Barranquilla.

A 20 metros de altura, esta montaña contiene lodo volcánico, rico en azufre, yodo, potasio, magnesio y silicio. La sustancia espesa y grumosa, genera frescura y confort.

Compré un tiquete de 5 mil pesos, para estar ahí el tiempo que yo quisiera, pensé en no salir de ahí en todo el día. Pero antes, tuve que sortear la subida por las empinadas escaleras de madera.  Nada me parecía impedimento para tomar el baño en la sustancia mineral.

Arriba, ya sumergida, me fue inevitable no embadurnarme de pies a cabeza. Alunas personas,  nativas del lugar, ofrecen masajes para potencializar la acción del barro sobre la piel, sin embargo opto por disfrutar por mi cuenta de aquel espeso barro.  Para entonces, ya sentía el picor del inclemente sol Caribe, que me había sacudido al llegar.

Luego de disfrutar de este baño poco usual, bajé de a poco por la otra escalinata, de madera también. Esta vez, el recorrido fue mucho más difícil porque además de que estaba embarrada de barro hasta los parpados, el lodo seco pegado a los lados de la estructura, complicó mi descenso.  

Caminé varios metros por la tierra amarrilla combinada con grandes piedras. Al alzar un poco la vista, pude ver un paisaje maravilloso: la Ciénaga del Totumo, rodeada de vivas plantas y coloreada con el azul intenso del cielo. Ahí, esperaban unas señoras, armadas con tazas, para ayudar a enjuagar todo el lodo.

Así que tomé un segundo baño entre las plantas. El agua deja al descubierto mi piel fresca y suave, como si hubiera ido por una exfoliación profunda al centro de estética.

Con mi piel renovada, comí en “Brisas del volcán”, uno de los tantos restaurantes que  ofrece variedad de platos propios de la región, para disfrutar después de esta terapia revitalizante.

Con la puesta de sol y la brisa fría me despedí del Volcán, no sin antes llevarme un poco de lodo embotellado, para disfrutar de este tratamiento artesanal en casa y ahorrar unos cuantos pesos en tratamientos estéticos.

En este maravilloso sitio culminó mi travesía por la Zona Norte de Cartagena, donde se halla la verdadera  esencia Caribe.

 

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