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¿Cenamos en la Cárcel de San Diego?

A 8.246 km de distancia me encuentro de la glamurosa ciudad de Cartagena de Indias. Con un marco bellísimo en mi apartamento donde alcanzo a visualizar los destellos luminosos de la Torre Eiffel, los trenes de cercanía que pasan a tan solo metros y los puentes que separan una ciudad de otra, Asnieres de Levallois y éste último de París. Una hermosa ciudad con una gran oferta cultural, gastronómica, de moda, arte y entretenimiento. Pero, ¿Qué hago hablándoles de París? Sólo quiero destacar que cada ciudad del mundo tiene un encanto especial y Cartagena de Indias, tiene una magia que enamora a todo el que la visita. Y es que cada vez que llego a mi ciudad encuentro algo nuevo, un bar, una tienda de ropa, una discoteca, nuevos establecimientos de artesanías locales y por supuesto, nuevos restaurantes que fusionan los sabores del caribe y la gastronomía internacional.

Hace 2 semanas llegué a París y aunque me sorprenden muchas cosas, quería compartir con ustedes una experiencia que realmente cautivó mi atención y que aún no he visto en esta ciudad. Un colega de trabajo me había hecho una invitación a través del “Calendario de Google” y decía algo así como “¿Cenamos en la cárcel?” y abajo salían las posibles respuestas: Sí – No – Tal vez. Al principio, no entendía, pensé que me estaba haciendo una broma. Al instante sonó el WhatsApp y era él preguntándome si iba a ir con el equipo a la famosa “Cena en la cárcel”. Antes de responder, hice una rápida búsqueda en Google y ¡Oh sorpresa! Existía un restaurante en la cárcel de mujeres de Cartagena de Indias, en pleno centro histórico de la ciudad.

Automáticamente respondí a la invitación del Google calendar y dije SÍ. No quería llegar al restaurante como niño entrando por primera vez a Disney, con las babas en la camisa y la mirada intermitente. No, no, no. Quería buscar información sobre el restaurante y me inventé una excusa en la oficina y fui al punto de la noticia, el restaurante. A propósito, interesante nombre y muy acorde con la temática, “Restaurante Interno”. Con una fachada fucsia justo en la entrada de la cárcel, hace honor al género de las reclusas. El nombre “Interno” impreso en cartulina y colocado en el portón señaliza que hay un restaurante en la cárcel, junto con la señal en metal que se encuentra colgada en la pared.

Toco la puerta y espero, un poco ansiosa, que alguien me abra. Creía que debía tocarla más fuerte porque nadie respondía a mi llamado. ¡Knock, Knock! El portón se abre y sale una mujer muy simpática con rasgos del interior del país. ¡Oh la la! Era Luz Adriana, una Bogotana de 35 años aproximadamente quien muy amable me invitó a pasar. Comencé a contarle sobre el tema de la invitación con los colegas, sobre la broma que pensaba que era y que emoción, cuando supe que ella era la administradora del restaurante y me iba a contar todo sobre cómo surgió la idea del proyecto.

Con un té en la mano, yo hablando hasta por los codos como buena costeña, entramos en materia. Ella me contaba que el concepto de un restaurante en una cárcel ya existía en Europa, específicamente en las afueras de Milán, donde en el Centro Penitenciario de Bollate se había inaugurado un restaurante con el nombre “In Galera” que traduce en español, “En la cárcel”. La gran diferencia con In Galera es que en Cartagena se había propuesto junto con Johana Bahamon (Gestora del proyecto), un modelo autosostenible y no sólo una actividad comercial donde se ofrecen servicios de calidad, sino también preparar a las reclusas a tener una vida luego de recuperar su libertad.

A través de una ardua preparación, la participación de 8 reconocidos chef en la elaboración de la carta menú, que a propósito, donaron sus recetas para el restaurante, la gran inspiración de la comida cartagenera y los alimentos típicos de la ciudad, hicieron de este proyecto todo un éxito.

La luz iba cayendo y Luz Adriana me dice que vayamos al restaurante porque se acercaba la hora de apertura. Y yo, feliz y contenta, camino un par de metros y ¡Voilá! Me encuentro con un jardín pintado en una pared como si fuera un mural. Las bugambilias o mejor conocidas en la costa como las “veraneras”, le dan vida a cada rincón de este lugar, que por un momento dejas de pensar que estás en una cárcel. Al volver la mirada hacia el frente o entrada del restaurante, te topas con un hombre grande y un manojo de llaves en sus manos, alistándose en una silla para abrir y cerrar el portón de hierro, cada vez que entre o salga un comensal.

Me siento en una mesa y espero que Luz Adriana dé un par de directrices a la guardia del reclusorio. Mientras observo el escenario, comienzan a salir unas 5 o 6 mujeres vestidas con camisetas negras del restaurante, delantales negros, un maquillaje discreto pero resaltando los colores vivos del caribe y unos moños en satín preciosos que conservaban el mismo fucsia del portón, algunas de sus paredes y velos decorativos del restaurante. Eran las chicas que venían a trabajar. Me imaginaba tal vez algo así como trajes de líneas negras y blancas, pelos recién cortados, cadenas en los pies y algo más de las películas americanas. No señoras y señores, hasta guapas eran las chicas. Muy atentas, amables y serviciales. Asomé mi mirada al fondo y estaba la cocina con 6 mujeres aproximadamente y unas rejas blancas con candado. Eran las responsables de deleitarnos con su más exquisita receta.

La música se apodera del lugar, que aquí entre nos, nunca dejó de sonar desde que había llegado. Tal vez es una de las formas de entretenimiento de las reclusas. Los velos se recogieron y suena el primer “Knock Knock”. Abren la puerta, Luz Adriana muy amablemente lleva a una pareja de extranjeros a la mesa y luego vuelve conmigo.

Le preguntaba si existía algún tipo de incentivo para aquellas mujeres que trabajan en el restaurante, a lo que ella, muy asertiva me respondió que las horas de trabajo de cada una de las mujeres reclusas, se aportaban como redención de condena. ¡Wow! Eso me gustó y lo que más llamó mi atención es que salen certificadas y capacitadas, lo que es una garantía para ellas al momento de recuperar su libertad. ¿Sabían que las familias de las reclusas que laboran en el restaurante reciben una bonificación mensual? Esto sí que me gustó aún más, pero, y ¿Qué beneficios hay para el resto de mujeres presas de su libertad? A lo que Luz Adriana con una sonrisa de oreja a oreja me responde, Susy, es mejorar la “calidad” de estadía dentro de la cárcel, que se sientan más organizadas, más libres y se creen más sonrisas. Y como inauguración del restaurante, la fundación gestora del proyecto, le dio a las 182 reclusas de la cárcel, un colchón nuevo y un camarote para que vieran que es un proyecto positivo para todos los que participen en él.

Luego de familiarizarme con el proyecto y sentirme cómoda en el restaurante, me dije: “No voy a dejar de probar el menú que están haciendo las chicas”, así que me dispuse a levantar la mano, se acerca muy sonriente una de las meseras y me propone varias opciones. Qué le gustaría comer, me pregunta. ¿Carne, pescado o berenjenas? Como buena costeña me fui por mi opción de mar y lo mejor está por venir: “los nombres de los platos”. Pedí de entrada un encocado de camarón con tubérculos locales, de plato fuerte la pesca del día con ceviche de mango y vegetales de la huerta, de postre una lulada de arroz con leche y una deliciosa limonada de patilla. ¿Que buenos nombres verdad? Y créanme que estaba mejor de lo que sonaba.

Luego de un rato, se acercó Luz Adriana y me acompañó mientras comía el postre. Entre historias, historias y más historias me terminó diciendo que quisiera invitar a todas las personas para que los acompañen en este proceso de resocialización junto con la Fundación Teatro Interno para que rompamos las barreras mentales y como población civil, construyamos una mejor sociedad. A lo que asentía todo el tiempo. Y es que estos procesos aportan paz y es la mejor invitación para contribuir con un mundo mejor. Ya sé que estoy algo romántica pero es lo que me inspira este lugar. Me dispuse a cancelar la cuenta, el menú costó $80.000. Amigos, ya sé que tienen muchas ganas de ir pero no pueden entrar como “perro por su casa”, deben hacer una reserva telefónica al número 3103273682. Sólo así garantizan su entrada.

Alistándome para salir y despedirme de Luz Adriana, le comento “…Luz se siente tan feliz el ambiente e incluso las sonrisas de las reclusas, que me pregunto, ¿Qué será de ellas al salir? A lo que Luz me dice: "...Susy, olvidaba decirte que tenemos un nuevo proyecto que se llamará Externo, un lugar que recibirá a todas las reclusas al momento de recuperar su libertad. Será un salto a la resocialización fuera de la cárcel. Y es que aquí no sólo tenemos el restaurante, sino también una huerta de vegetales que ellas cuidan, clases de teatro, danza, panadería y otras opciones porque no a todas les gusta lo mismo..."

Que bonita experiencia la de visitar este restaurante. Me tomo el resto de mi jugo, me despido amablemente de todas las chicas, aprovecho y compro una artesanía elaborada por las mismas reclusas, en un stand ubicado justo antes de llegar a la puerta y Luz Adriana, con su cara bonita, me acompaña al portón donde el hombre grande con el manojo de llaves en la mano, se dispone a abrirme. Gracias Interno y gracias a todos los que hicieron posible un lugar como este y por el tiempo dedicado a hablarnos sobre su proyecto, que ahora es de todos los colombianos. Yo me dispongo a bajar la persiana de mi ventana, ya las luces de la torre se apagaron, los trenes dejaron de pasar y con 7 horas de diferencia, la invitación es simplemente ir al restaurante y disfrutar del único proyecto en Latinoamérica que incentiva el proceso de la resocialización carcelaria.

¡Ah!, no les terminé de contar, pero cuando fuimos a la cena con los colegas, ya parecía socia fundadora del proyecto. Luz Adriana nos recibió con mucho cariño y las meseras me saludaban como si fuéramos amigas de hacía mucho tiempo. Una vez más, reitero la importancia de ser curiosos y proactivos.

Para más información o ayudarlos con la gestión de reservas, pueden escribirnos a susy@jetsemani.com. Será un placer acompañarlos a vivir una experiencia memorable.
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