Gregory Schmolka es un abogado norteamericano que hace seis años se dejó cautivar por la arquitectura colonial de Cartagena, la historia, el mar Caribe, pero sobretodo, por la idiosincrasia de los cartageneros, de la que se “contagió”, cambiando su forma de ver la vida.
Schmolka vino a una fiesta a la que había sido invitado por un amigo, pero cuando tocó la puerta del lugar, ese 24 de diciembre de 2006, solo encontró a un obrero trabajando en una casa en ruinas. La fiesta se había cancelado y por no estar él en la lista de invitados oficiales, no recibió la notificación de la cancelación.
A pesar del fracaso de la fiesta, Gregory se fue a un sitio en la muralla para contemplar el paisaje cartagenero y fue ahí cuando pensó en la posibilidad de vivir aquí. Pero antes de radicarse por completo, probó por un mes, para confirmar que en Cartagena sí estaba ese “alma” que le falta a su vida.
Inspirado por la habilidad que, según él, tienen los cartageneros para sonreír y celebrar frente a la adversidad, decidió comprar una casa aquí y comenzar de nuevo. Dice que Cartagena le salvó la vida porque en ese momento, estaba desorientado.
Con la misma pasión de un nativo, Gregory explica, con desparpajo, que el corazón de Cartagena está en el Centro Histórico. “Todos vienen al centro a trabajar, a rumbear, a pasear, a comer. La Zona Norte, a pesar de ser muy organizada y bonita, no tiene ese alma que tiene el centro”.
Pero este extranjero de 41 años también se ha preocupado por conocer más allá de las murallas. Junto a su amigo Carlos planeó una visita a Nelson Mandela, barrio popular, en casa de la empleada de su amigo. “Me impactó lo mucho que disfrutan. Se pasaron toda la noche enseñándome a bailar y cantar ritmos caribeños”.
Con la cotidianidad adquirida en el Corralito de Piedra, comenzó a cultivar amistades con personas de diferentes partes del mundo. “De las cosas que más me gustan de Cartagena es la gran oferta humana”, dice en medio de una gran sonrisa.
Precisamente como producto de esas amistades, surgió la idea de un restaurante ambientado en los años veinte neoyorquinos, que abrió hace un mes. “Fue una época de contradicciones, había mucho lujo, alta cultura pero mucha violencia también. Cartagena tiene esa dualidad, las calles son hermosas pero debajo tienen sufrimiento y violencia histórica”.
Es por esto que Schmolka lucha contra la mala imagen que tienen los colombianos en el exterior y cuando lee artículos en periódicos de su país que hablan de ello, envía cartas contando su experiencia positiva como extranjero, aunque estas jamás son publicadas. Sin embargo, él sigue invitando a su familia y amigos estadounidenses a venir porque está seguro que disfrutarán mucho y se inspirarán como él.
Gregory es un apasionado de la cultura colombiana y por eso, es aficionado al cine nuestro, porque considera que le da acceso a otras perspectivas cinematográficas, al tiempo que le sirve como ventana para conocer, aún más, a Colombia.