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Basile a Salvo en Cartagena

Gustavo Tatis Guerra

Aquí está a salvo de toda tristeza. Es muy difícil creer que el muchacho flaco que venía cargando una pequeña maleta de asistente del director italiano Gillo Pontecorvo en aquellos lejanos 1968, sea el mismo señor que cruza las plazas del centro amurallado de Cartagena en bicicleta, y haya decidido en los últimos cuarenta años quedarse a vivir entre nosotros. Sí: ese Salvatore Basile que todos conocen como Salvo con todo su vacile, no sólo acaba de recibir la nacionalidad colombiana, sino que forjó una familia cartagenera a pocos pasos del mar y sin renunciar a los encantos gastronómicos de su tierra, se maravilló con la gracia y vitalidad de los colombianos.

“Lo que me atrapó de entrada a Cartagena fue la condición humana y la belleza de la ciudad”, confiesa a El Universal. “La más fascinante referencia de Colombia la acababa de encontrar en Barcelona, al leer en 1967 la novela “Cien años de soledad”. La Cartagena que encontramos al llegar con Pontecorvo tenía el encanto de su misterio en medio de sus ruinas.

Era una Cartagena destruida pero maravillosa. Recuerdo que encontramos en un paraje de El Laguito un escenario bellísimo para filmar. Era Punta de Icacos. Bocagrande tenía solo una calle pavimentada, la Avenida San Martín, el resto eran calles de tierra y las arenas del mar. Todo eso tenía una belleza impoluta: buceábamos en la bahía que aún no era una cloaca y nos sumergíamos en un mar limpio, incontaminado. Viendo el paso del tiempo veo la capacidad destructiva del hombre.

Las Islas del Rosario eran una fantasía protegida y cuidada. Pero bueno, además de toda la naturaleza y la belleza de la ciudad, me atrajo la belleza de la mujer cartagenera. He cumplido cuatro décadas en Cartagena y 45 años de vida en el mundo de la actuación. De todos los directores de cine con quien he trabajado el que más alegría y placer me ha producido es el director colombiano Sergio Cabrera, cuando trabajé en “La estrategia del caracol”, como actor y productor ejecutivo. Este filme colombiano tuvo una audiencia inigualable: más de un millón seiscientas mil personas la vieron y la disfrutaron. Es posible que el dato sea más alto”.


La casa de Salvo Basile es un espejo de lo que ha ocurrido en los últimos cuarenta en el aparente sigilo de Cartagena: las fotos en blanco y negro de Marlon Brando viendo entre el maizal de Palenque a Evaristo Márquez, que sería el elegido para la película Quemada. Faltó allí el camarógrafo que captara el instante en que Evaristo emprende huida cuando Gillo Pontecorvo señala a Evaristo y dice: “Ese es el negro que necesitamos para la película”, y Evaristo se espanta diciendo para sí mismo: ¿Y por qué me persiguen estos tipos? Años después el mismo Pontecorvo contaría que para su sorpresa Evaristo se llevaba el libreto de cada día de filmación y lo reinventaba al día siguiente a su manera porque no sabía leer. Marlon Brando le tomó tanto cariño al sembrador de maíz casi raptado de su rosa cotidiana para hacer de actor, y compartió con él la misma comida. No concebía Brando que la comida de los extras negros fuera distinta a la de su director y así lo hizo ver de manera controversial en sus memorias.


Pero también en la casa de Salvo hay rastros de aquellos instantes fílmicos en la ciudad, desde cuando compartió con Robert de Niro actuación en “La Misión”, en 1986, a media cuadra de su casa, en la Calle de la Factoría. Y su actuación en “Crónica de una muerte anunciada”, con Francesco Rossi, y “El amor en los tiempos del cólera”. Todos los objetos de su casa evocan momentos sublimes de estos años: además de su cercanía con Pontecorvo y Marlon Brando, ha sido un privilegiado de la amistad de grandes artistas, escritores y cineastas. Uno de sus grandes amigos era Alejandro Obregón, un corazón puro y amoroso que jamás pidió honores ni plazas en su nombre y llenó de color cada acto de su vida, con la sencillez de un artista legítimo. Su casa resplandece con las ráfagas de luz de Obregón, las flores dibujadas en cada libro firmado por García Márquez con la caligrafía de un pintor, las aventuras fílmicas en las que ha sido actor, productor, asistente, cómplice de utopías en el Festival de Cine de Cartagena.


Ha actuado en películas y series de televisión, ha sido productor y asistente de dirección de algunas de ellas. Es el joven asistente del director Gillo Pontecorvo en la filmación de “Quemada” (1969). En estos cuarenta años, aparece en los filmes “La misión” (1986), “Cannibal Holocaust” (1979), “Crónica de una muerte anunciada” (1987), “Cobra verde” (1998), “Estrategia del caracol” (1993), “Águilas no cazan moscas” (1994), “Illona llega con la lluvia”, (1996), “Nostromo” (1996), “El reino de los cielos” (2005), entre otras, y desde hace veinte años, su aparición en “Calamar”, en 1989, su primera actuación en la televisión colombiana. A lo largo de estas dos décadas, ha actuado en series como “Ay, cosita linda” (1998), “Sofía dame tiempo” (2003), “Noches de Luciana” (2004), entre otras.


Apasionado, intenso, desenvuelto, este hombre pedalea sus recuerdos por el centro amurallado. Su deseo es seguir a salvo de las nostalgias y a merced de las esperanzas: actuando, produciendo, dirigiendo. “Soy un músico frustrado. En el pasado quedó aquel piano en que intentaba iniciar mi vida de músico. La tentación del cine fue más fuerte”. Desde temprano supo que no debía dudar la elección. El único riesgo que ha asumido ha sido la felicidad y por eso se ha quedado aquí. Ningún riesgo de quedarse porque aquí encontró además del amor, la ventana propicia para su vocación de actor. Se puso a salvo de sus vaciles.

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